Apenas alcanzabas los 23 años cuando ya habías acabado la universidad y habías empezado a buscar trabajo. El primer paso fue crear tu Curriculum Vitae en el que, obviamente, habías añadido un nivel intermedio de inglés. Teniendo en cuenta que desde el colegio te han impartido esa asignatura al menos dos veces en semana, es más que previsible que lo tengas. Pero llega el día de la entrevista y te das cuenta de que no. De que todo el esfuerzo por aprender la british grammar año tras año no ha servido de nada. Para tener una buena base, sí, eso dicen. Pero para nada más.
¿Qué hago yo ahora? Te preguntas mientras vuelves a casa desconsolado. Lo hablas con tus amigos, familia y buscas en internet cómo poner solución a este drama. Y la encuentras: estudiar inglés en el extranjero. Al principio asusta y decides, antes de comentárselo a nadie, escribir una lista de pros y contras.
Comienzas con las ventajas de hacer la maleta para viajar los próximos meses a otro país a estudiar inglés. Mis compañeros de clase serán estudiantes de países diferentes, piensas. Y conoceré cómo viven allí. Te empiezas a animar. Podré hablar inglés durante todo el día y además, la escuela organizará actividades al salir de clase. Te encanta la idea. Ah, y podré visitar ciudades cercanas aprovechando mi estancia en el país. Ya lo tienes claro:
Mamá, papá, ¡me voy a estudiar inglés al extranjero!
Cada vez son más los estudiantes que se lanzan a vivir esta aventura con el objetivo de dominar una lengua que en estos momentos es imprescindible. Ya no basta con haber estudiado durante años en el colegio, sino que hay que lograr una inmersión lingüística que te permita desenvolverte en inglés a nivel profesional.
Teniendo en cuenta tanto los logros personales como los profesionales que se obtienen viajando a otro país, aprender inglés de esta forma ya no asusta tanto, ¿verdad?